jueves, 2 de diciembre de 2010

Las heridas que no se ven son las más profundas.

Cuando llega la oscuridad, me gusta mirar a través de mi ventana. Es como un espejo. En ella se miran las ventanas de mis ojos. Me hablan de oscuridades ocultas en la penumbra, de todo aquello que se adivina en la nostalgia, de la tristeza que aprende a ser amiga de la realidad.    
Mi ventana me espera cada noche, quiere que la vea coquetear con la luz de la luna, le gusta que su luz acaricie el cristal que ha jugado con la lluvia de primavera, o ha desafiado al viento furioso de cualquier atardecer.
En mi ventana se refleja el sol cada mañana, acoge su calidez, recoge la esencia de sus rayos para regalarme cada noche, el calor que arropa el frío escondido entre mi piel.                                      
Ella me espera siempre que una hoja en blanco recibe mis sentimientos, me acompaña mientras mis dedos, acarician las letras que desean mis manos…como yo te deseo a ti.
Se mantiene fiel e impasible mientras te formo con mis letras, recoge tu nombre cuando te escribo, cuando te lloro, cuando te siento y te sueño; me mira, me siente, como yo te miro y te siento a ti.
Y cuando la lluvia deja una parte de su esencia en el cristal, siempre retiene una gota en su espacio para mí, y así me recuerda que al llegar la oscuridad, también hay una lágrima mía para ti.    
Una lágrima se queda prisionera en un sentimiento.  
Una lágrima, sólo una, pero es tuya.

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